Los Colores Exteriores: Un Ejército de Odio (2023)

3. La Compasión de Fluttershy

La lluvia remitió antes del amanecer, provocando que una húmeda noche diera paso a una madrugada gélida.

Cuando un indiferente y pálido sol se levantó en el horizonte, un manto blanco de niebla descendió sobre Equestria, fino y delicado sobre las alturas de la montaña donde descansa Canterlot y sus valles aledaños, denso y duro, sobre las profundidades silentes y tenebrosas del Bosque Everfree y sobre de Ponyville.

Un casco amarillo se escapó de entre las gruesas cobijas que cubrían la cama de Fluttershy y de inmediato un leve escalofrió le recorrió toda la espina. Subió la pierna de inmediato, escondiéndola de nuevo, entre la calidez de cobertores y su rosado y largo cabello sedoso. Su casco estaba helado, la pegaso lo sintió así al colocarlo sobre su tersa mejilla, tan solo por haber salido unos instantes de su acogedor refugio bajo las frazadas.

Pero el helado clima que rodeaba el lecho de la dulce Fluttershy no era la razón que la había despertado. Aunque su cabaña era segura como una fortaleza, hogareña, apacible y quieta, la delicada pegaso amarilla detestaba que sus cascos colgaran por los bordes de su cama.

Eso le robaba la tranquilidad, la hacía sentirse vulnerable e inquieta y cada que una de sus piernas, por algún movimiento que hiciera durante su sueño, quedaba fuera del resguardo de las cobijas, más allá del borde de su mullido colchón de plumas, daba un respingo, apretaba los ojos y despertando de su descanso perturbado se daba la vuelta acurrucándose, haciéndose ovillo o tapándose hasta la coronilla con las cobijas.

Había sido así desde que era una pequeña potrilla, lo era ahora que ya estaba grande y seguiría siendo así, tal vez, por siempre.

Con sus alas se cubrió el cuerpo, extendiéndolas, tratando de calentarse lo más posible mientras al darse vuelta dejó que su cabello le cayera sobre el rostro. Sus gruesos cobertores le brindaron el resguardo necesario del frio gélido y por un instante, estuvo calientita y tranquila, tanto que pudo conciliar el sueño de nuevo, tan pronto se encontró cómoda.

Tan solo un instante…

Casi de inmediato, se levantó de la cama, se puso dos pares de botas afelpadas, se vistió una bata y se enredó una bufanda al cuello después de echar atrás su cabello rosa sobre el cual puso un gorro tejido.

Noches heladas de otoño. Parecía que el invierno se anunciaba con fuerza inclemente este año.

Ya podría dormir la noche siguiente, pensó, por hoy, ella no era la única que debía resistir la niebla helada.

Sin esperar demasiado, bajó las escaleras y encendiendo el fogón puso una gran tetera repleta de agua. Tomó una buena cantidad de leña y la puso en la chimenea para ayudar a calentar el ambiente. Sin hacer ruido, y batiendo sus alas despacito, pasó junto a las jaulas de los jilgueros y los azulejos, echando encima una segunda franela. Pegó su oído a la pared de madera donde escuchó respirar y roncar plácidamente a los ratoncillos. Sin toces ni esténtores raros. Nadie ahí se había acatarrado, pero un poco de té caliente les vendría bien.

Abrió apenas la puerta, y un poco de helada niebla penetró en la casa en el momento solo en que ella pasó por el umbral y volvió a cerrarla tras de sí. Las gallinas dormían todavía y al parecer habían usado sus frazadas. No escuchó estornudar a ninguna al pasar junto al gallinero pero no quiso molestarlas abriendo la puerta: la había asegurado bien con papel periódico para que el frio no entrara ni por debajo.

En el estanque las tortugas dormían apiladitas unas sobre otras, las más grandes debajo. El agua debía estar helada pero no había hielo que remover en su superficie. Con tanto frio se volvían perezosas y más lentas que de costumbre, pero tan pronto brillara el sol, saldrían todos a lucir el brillante color verde de sus espaldas y a reposar sobre las piedras del estanque.

Bien, bien, bien. Parecía que no había nada de que apurarse y, como siempre, Fluttershy se alegraba de haberse preocupado de más y no de menos. Lo mejor sería que volviera a la cabaña y comenzara a preparar una olla grande de estofado de zanahoria y verduras. A Ángel no le gustaban los días fríos, lo ponían de mal humor casi tanto como los días cálidos y los días templados.

De pronto, un ruidito.

Un ruidito seco, apagado y corto, como un carraspeo.

Fluttershy se quedó inmóvil un momento, echando hacia atrás su casco delantero como arrepintiéndose del paso que estaba a punto de dar.

Debían ser las hojas. Las ramas de los árboles, tal vez un silbido entre los troncos de Everfree, velados por la niebla, cubiertos de misterio, escondiendo perpetuamente aterradores secretos indecibles.

Las cejas de la pegaso se juntaron desconfiada, lanzando una miradita atemorizada a la palidez de la niebla densa se dio media vuelta dirigiendo sus pasos a la cabaña y sus pensamientos al estofado de zanahoria…

Ahí estaba de nuevo ese sonido. Pero esta vez diferente, sonaba más bien… como tos.

Alguien tosía.

Eran… ¿las gallinas tal vez? No, ellas estaban cálidas e hinchadas en su gallinero cubiertas de periódico y cálidas frazaditas.

Más tos.

A lo mejor, las tortugas, bajo el agua, entre burbujas. La pegaso se volteó hacia el estanque y descubrió a una pequeña mirándola por encima de la superficie del agua con una sonrisa bobalicona. Todo bien ahí.

Ahí estaba de nuevo el carraspeo y no se oía nada bien. Esos pulmones habían pasado una mala noche. Una gélida, helada y glaciar noche.

La respiración de Fluttershy se agitó y sin darse cuenta la bufanda se le cayó de encima de la nariz y su aliento cálido comenzó a ser visible en forma de vapor ante su rostro.

Otro ataque de tos y un débil castañeo. Lo que si no notó es que eso último provenía de sus propios dientes. Lo que no pudo evitar notar era que el ruido venia inconfundiblemente del bosque y su aterrador reino de niebla impenetrable.

Ahí a unos cuantos pasos, la blancura insondable de la niebla parecía tomar casi forma física, como desafiando retadora a quien se atreviera a internarse en los parajes salvajes del bosque que era su dominio. No había frontera alguna que dividiera el jardín de la cabaña de Fluttershy del inicio del bosque. Pero ese simple paso fue difícil de dar, pero sus cascos parecieron moverse por si mismos al escuchar un ahogado y casi final suspiro viniendo en dirección del bosque.

No habían avanzado mucho sus cascos entre las hojas secas caídas y el lodo húmedo y suelto, cuando sintió que sus botitas afelpadas resbalaban yendo a parar a un agujero no muy profundo. El cuerpo de la pegaso golpeo en el fondo de aquel hundimiento con algo suave, frio y empapado. Al darse la vuelta tuvo que ahogar un grito de preocupación ante su hallazgo.

Tendida sobre una destrozada y sucia cama de hojas de árbol, una joven poni de tierra yacía acostada. Sin prenda alguna que la defendiera contra el frío, cubierta de barro de la cabeza a los cascos y con cada centímetro de su crin y su pelaje humedecidos casi al grado del encharcado.

Estaba inconsciente y se veía herida. Su cuerpo inerte apenas se movía al momento que una violenta tos hacia que un ruidito saliera de su garganta mientras su costado se agitaba arriba y abajo. Estaba delgadísima y la antinatural posición en que yacía acostada la hacía parecer una dislocada muñeca de trapo.

Sin pensárselo dos veces, Fluttershy se quitó la bata y la bufanda y cubrió a la poni en ellas. Su cuerpo estaba helado como el hielo. La preocupación de la pegaso hizo que el aire helado, las hojas húmedas y las ramas desnudas de los árboles que le golpeaban el cuerpo no lograran incomodarla. En otras circunstancias, solo el aire poblado de niebla habría sido como dagas de hielo sobre su piel, pero con aquella carga sobre su lomo no iba a amilanarse por un poco de frio, un poco de niebla. Ya estornudaría luego, ya se resfriaría después, ahora tenía que llevar a esa pobre chica dentro. Apenas pesaba, apenas respiraba, apenas vivía.

Tan pronto estuvieron dentro de la cabaña, un par de ojillos negros se demudaron de impaciencia en sorpresa al ver llegar a la bella Fluttershy. Ángel pensó que se había distraído chapoteando con las tortugas o cotorreando con las gallinas, pero tan pronto el conejito vio entrar a su dueña con otra poni encima se hizo a un lado desconcertado.

Ella caminó hasta la sala donde en la chimenea alumbraba un fuego crepitando generosamente. La tendió sobre la alfombra peluda y al quitarle las prendas de encima, pidió cortes, aunque firmemente a su mascota:

―¿Podrías traerme el agua caliente, Ángel, por favor? No olvides usar el guante grande para no quemarte.

El conejito echó una carrera a la cocina donde tomando el guante que era casi de su tamaño levantó la pesada tetera y se la llevó como pudo a Fluttershy quien la vació en un balde con cuidado. Humedeció un trapo en el agua caliente y se dispuso con diligencia a lavar el cuerpo y las heridas de su invitada con el agua caliente.

Pronto, de entre el pardo del lodo y las hojas trituradas emergió un bello pelaje color gris claro, tan puro que parecía plateado bajo el brillo del fuego. La melena, igualmente gris era casi blanca, larga y brillante. El fuego y el agua caliente comenzaban a tranquilizar a la inquilina, cuya respiración se normalizó y la tos remitió hasta volverse esporádica y manos violenta.

La gentil pegaso amarilla no pudo evitar notar entonces unas extrañas en las muñecas de cada casco. Unas gruesas líneas sin pelaje daban vuelta alrededor de cada pierna justo donde el casco comenzaba. La piel en esa parte se veía irritada y maltratada, como si la joven poni hubiera usado demasiado tiempo unas gruesas pulseras, de esas que son pesadas, hechas de hierro oscuro y unidas entre sí por pesadas cadenas.

Fluttershy la contempló un instante. Se veía tan desvalida y sola. ¿Qué le habría motivado a permanecer a la intemperie en una noche tan helada como aquella? ¿Qué hacía en el bosque tan tarde y porque no la había detenido la lluvia? ¿Habría caído vencida de fatiga en el agujero o había intentado esconderse ahí cuando el sueño la sorprendió?

¿Quién era ella y de dónde venía?

De ser una poni del pueblo Fluttershy la habría reconocido. Cierto era que no sabía el nombre de todos en Ponyville, ni había cruzado palabra con todos… ni con la mitad de ellos, o la cuarta parte. Pero de vivir en el pueblo, la pegaso la recordaría, eso era seguro.

Por las heridas en su cuerpo, pareciera que venía de muy lejos, como si hubiera caminado… o corrido durante tanto que no pudo sino caer rendida en el agujero donde Fluttershy la encontró.

Su identidad era un misterio, lo único que la identificaba era que sobre su flanco, una reluciente marca especial se distinguía. Tenía la forma de un pico partiendo por la mitad una enorme piedra.

La gentil pegaso no pudo evitar sonreír al ver la marca. No supo porque, no era raro que una poni de su edad tuviera ya su marca, la mayoría de los ponis la ganaban siendo aún mucho as pequeños, pero algo en aquella marca especial hacia que Fluttershy se sintiera orgullosa y le hacía desear que su invitada estuviera despierta para poder felicitarla.

Tan pronto recupero algo del calor de su cuerpo y se hubo secado, la anfitriona echó sobre su lomo a su invitada nuevamente y comenzó a subir las escaleras mientras Ángel trataba de ayudarle cargando apenas una de las piernas de la poni de tierra.

Al llegar arriba, la colocó en la cama y la cubrió con las cobijas. La tos había remitido pero se negaba a desaparecer y si lograba calentarse, la poni desconocida tenía oportunidad de sobrevivir. Fluttershy estaba segura de que lo lograría, aunque de apariencia frágil, aquella chica debía ser fuerte.

No fue hasta que finalmente estuvo su invitada a salvo y que la pegaso pudo sentarse un momento que resintió las consecuencias de su acto de misericordia. Resintió el frio en su piel y el peso en sus huesos. Le dolió y cubriéndose con una frazada trato de apartarlo de su mente.

No podía enfermarse, debía cuidar de su invitada hasta que se repusiera. Seguramente, en alguna parte, las amigas de aquella poni estaba preocupadas por ella y querían verla volver a salvo y con salud.

Sus amigas…

Fluttershy echaba de menos a las suyas. Tenía tiempo sin verlas, tiempo sin reunirse todas, tiempo sin compartir un momento de legitima alegría. Todo a raíz del desafortunado fallecimiento de las Princesas. Había sido un golpe doloroso. Toda Equestria estaba aún de luto y un feo peso gris se cernió sobre el mundo entero cuando, al ver por la ventana, Fluttershy se lamentó por todos los corazones tristes de todoponi del reino.

Las que habían parecido más afectadas habían sido, desde luego, Twilight Sparkle, pero también Rainbow Dash.

Para Twilight al ser tan cercana a la Princesa Celestia fue como perder una hermana, una maestra y una madre, todo al mismo tiempo. Aunque Fluttershy había sentido mucho antes un cierto alejamiento en Twilight, como si se hubiera abstraído para prestarle atención a algo que nunca había compartido con ninguna de sus cinco amigas.

Y en cuanto a Rainbow… pensar en ello le causaba severos conflictos al corazón de Fluttershy. ¿Cómo consolar a su amiga pegaso ante la idea de su caballero caído? Las risitas e inocentes burlas que las chicas le habían hecho a la atlética Dash ahora parecían crueles y despiadadas de solo pensar por lo que debía estar pasando ella.

Si para Fluttershy, pensar en Burning Spades resultaba conflictivo en ese mismo momento, quien sabe cuan doloroso debía ser para la pegaso arcoíris… después de todo lo que había pasado…

Ella parece tan fuerte, parece tan ruda… pero es como si lo fuera para proteger un frágil corazón tan asustado de sufrir, pensaba Fluttershy.

Los brillantes ojos azules de la pegaso amarilla se posaron por un momento en una nube. Era como si el clima de Ponyville reflejara de alguna manera el tormentoso estado de ánimo de Rainbow, como si esa niebla fuera un síntoma de su adolorido corazón. A final de cuentas, ese extraño chaparron de la noche anterior era el resultado de que la pegaso del clima no hubiera sido vista por el pueblo en un par de días.

Tal vez la animaría si…

En ese instante y sin avisar, la nube desapareció de la vista y con ella lo hizo el sol y también la luz. Una enorme sombra entenebreció la ventana y con ello la habitación completa. Una sombra negra e indefinible, recortada dura y sólida contra el cielo azul saltó a la vista, haciendo que Fluttershy soltara un chillido y se cayera de la silla.

Casi parecía un poni, pero las extrañas y largas piezas que le salían de la espalda eran demasiado delgadas y alargadas para ser alas de pegaso. Su cabeza, demasiado redonda no parecía tener orejas mientras que toda la figura refulgía cubierta por un peculiar resplandor color verde.

Pero lo aterrador eran los ojos y el aliento. No había boca a la vista pero el cristal de la ventana se empañó pronto con el aliento lento y abundante que manaba de lo que debía ser la cabeza de la extraña aparición. Tan solo una ranura que le surcaba lo que parecía ser la cara de manera horizontal y de entre la que asomaban un par de diminutas pero abominables lucecillas verdes, fijas, sin parpadear. La cabeza entera se le torcía un poco de lado, incontrolablemente, en una especie de espasmo regular como si tuviera el cuello atascado.

Cerrando las cortinas retrocedió hasta quedar junto a la cama donde el frio casco de la poni desconocida colgaba sobre el borde de la cama.

Cuidadosamente, Fluttershy lo tomó y lo metió entre las cobijas, suplicando para sus adentros que aquello, todo aquello, fuera un sueño. La noche lluviosa, la mañana gélida, la abstracción de Twilight, la confusión de Rainbow, la traición de Spades y la muerte de las princesas fuera solo un horripilante y aterrador sueño.

Pero no despertó. Ni ella ni la poni gris.

Fluttershy volteó hacia arriba asustada al escuchar un nuevo ruido.

Aquella cosa estaba sobre el techo.

Fin del Primer Acto

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Author: Fr. Dewey Fisher

Last Updated: 03/13/2023

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